miércoles, 9 de julio de 2008

Bosque rojo

Dicen los que te conocieron que eras tan linda como te veo ahora. Tu nombre habría sido Katya, tendrías unos veintidós, y vaya uno a saber que andarías haciendo ahí, en esa ciudad que ahora recorre sólo el viento y los sonidos de algo que fue y no será. Te veo bailando entre los árboles, tu pelo rubio y tu tez blanca contrastan con el rojo furioso de los árboles. En el fondo, escucho las voces de los hibakusha que susurran tu nombre.
Te balanceás entre los árboles, mientras se cae tu vestido hecho harapos. Te veo desnuda, te veo sin piel, te veo sin músculos, sin huesos. Pero tus ojos brillan. Me acuesto sobre las hojas de lo que quedó de aquellos árboles, y veo otra vez, como en una película, cómo el cielo se tiñe de violeta, y un resplandor de una luz que quema los ojos hace que todo vuelva a empezar, como en una mala película. Ahí estás, en efecto, bailando de nuevo entre los árboles rojos.
Algo me toca el hombro. No me atrevo a darme vuelta.

sábado, 5 de julio de 2008

Subte


(inspirado en "Recuerdo" de Ismael Serrano)

Lo vio. Y todo lo que tenía dejó de tener valor. Claro, ahí iba él con su pinta de estudiante de económicas: chomba Legacy, carpeta bajo el brazo, pantalón de traje, náuticos. El pelo tan prolijo, tan cuadrado, tan estructurado, tan imposible.
Se dedicó a mirarlo. De por sí, verlo subiendo al subte en la facultad de medicina era chocante: qué haría una persona como esa en el subte, mezclado con mortales. Y la respuesta estaba en el fondo de sus ojos.
Se enamoró profundamente, tanto que le dolía. Se sacó los auriculares, para tratar de escuchar su respiración en el murmullo, sin éxito. La gente parecía totalmente impávida ante el ángel del subte, pero no le resultó extraño, ya que esas cosas se sienten en un lugar del cuerpo que ni la psicología ni la medicina descifraron todavía: la sociología mucho menos.
Una pareja de viejos hippies entró al vagón en Pueyrredón. El tocaba la guitarra criolla, con cuerdas cansadas. Ella cantaba con voz ronca canciones de otros tiempos: bronca cuando ríen satisfechos, al haber comprado sus derechos. Se transportó a los setenta, y no pudo evitar imaginarse con él. Ambos recorriendo mutuamente sus cuerpos, en un ámbito de libertad y opresión mucho mayor que la de hoy en día.
Pero al ver como una chica -no muy agraciada- lo miraba, y él respondió con el histeriqueo de la década de los 90, de los perfumes de free shop, cayó en la cuenta. Muchas cosas no cambiaron. La vieja entonaba no puedo ver tanto desastre organizado sin responder con voz ronca, mi bronca. Entonces sintió como un grito le surgía de las entrañas.
Como ningún pasajero del subte se dio vuelta, notó que no había gritado ni mucho menos. Enojado con todo, y sobre todo con su ser, se levantó para bajarse en Bulnes. Le dirigió una última mirada. Podríamos ser eternos, le dijo con el pensamiento. Pero muchas cosas aún no cambiaron.
Mirándose en el reflejo de la puerta, Marcelo se vio igual que siempre. De sus ojos caían lágrimas, que por suerte él no veía. No, se dijo una vez más. Muchas cosas no cambiaron.