En los espacios vacíos que dejás entre tus palabras, quisiera mentirte y decirte más de lo que puedo. Quisiera ignorarte, y relegarme a una vida de olvido. Porque sí, soy uno de esos que se regodean en su propia miseria, que siempre amagan con tocar el fondo, con raspar con la cuchara el telgopor. Que me ayudes a salir del fondo, es algo que rara vez me puedo permitir. Claro, yo, el omnipotente, el todopoderoso. Pero ahora, que una firma condena mi futuro a mediano plazo hasta el principio del otoño y no te puedo dar lo que querés, sé que te voy a decepcionar. Pero como te conozco, me vas a abrazar y a decir "no pasa nada". Pero recordando aquella isla, aquellos momentos... en el fondo, lo único que nos queda es el ahora. Ahora es el momento de hablar, de gritar, de agarrarte fuerte de la mano y jugar a tocar el fondo, y a salir mirando la luz del sol, el primer aire, el primer viento.
viernes, 31 de octubre de 2008
viernes, 24 de octubre de 2008
Preludio de un regreso
Pensé que conocía unas cuantas historias buenas para contar a los demás, y descubrí, o confirmé, que escribir era lo mio. Muchas veces había llegado a convencerme de que ese oficio solitario no valía la pena si uno lo comparaba, pongamos por caso, con la militancia o la aventura. Había escrito mucho y publicado mucho, pero me habían faltado huevos para llegar al fondo de mí y abrirme del todo y darme. Escribir era peligroso, como hacer el amor cuando se hace como debe ser.
Aquella noche me di cuenta de que yo era un cazador de palabras. Para eso había naciodo. Esa iba a ser mi manera de estar con los demás después de muerto y así no se iban a morir del todo las personas y las cosas que yo había querido.
Para escribir tenía que mojarme la oreja. Yo sabía. Desafiarme, provocarme, decirme: "No podés, a que no". Y también sabía que para que nacieran las palabras yo tenía que cerrar los ojos y pensar intensamente en una mujer.
(Eduardo Galeano, Días y noches de amor y de guerra)