Entren chicos, nos dijo ella con amabilidad. Nos abrió la puerta de su casa, y con una sonrisa muy afectuosa nos saludó a cada uno de nosotros tres. Pero, miren con cuántas cosas que vienen. Suban por el ascensor, ustedes que vienen con las cámaras, yo voy por las escaleras. No hubo caso en la insistencia.
Al llegar al tercer piso, nos estaba esperando. Nos invitó a pasar, y al entrar en la casa, vimos un pasillito con dos notebooks, una al lado de la otra y una nena que no debía superar los siete años. Andá, estudiá que después te tomo las tablas, y ante el reto materno se fue. En el comedor nos esperaba él, igualmente afectuoso. Nos dio la mano con firmeza. Cuando estén listos, nos soltó.
Los tres preparamos los equipos. Mientras tanto, una escena familiar se desenvolvía con total naturalidad: los dos chequeando sus computadoras, ella con la nena a upa. Otro hijo se asomó -no debía superar los doce años-: las cámaras le debían causar curiosidad. Se sonreían entre sí, se hacían bromas. El comedor era realmente acogedor, llena de libros, con luz cálida y una ventana que daba a la calle.
Al cabo de unos minutos, terminamos de preparar todo. Nuestro entrevistado se sentó en la silla designada, ante la atenta mirada de la cámara y el foco vacilante. Se explayó con total soltura, y no dejó nada por decir. Mientras él hablaba, ella asentía en silencio, con una sonrisa en su cara, mientras controlaba a los nenes, para que no hablaran y arruinaran la toma. Una vez que terminamos nuestro trabajo, lo que nos habrá llevado una media hora, él nos regaló algo como agradecimiento por haber ido hacia allá. Levantamos los equipos, guardamos el presente. Nos despedimos de nuestro entrevistado, y ella bajó a abrirnos la puerta. Con una sonrisa, nos dijo gracias por haber venido, espero que les haya sido útil.
Esa fue nuestra visita a la casa de Cecilia Pando y Pedro Mercado.
domingo, 23 de noviembre de 2008
jueves, 6 de noviembre de 2008
Debates troscoanarcomarxistaleninistamaoistaperonista útopicos y revolucionarios a las 12 am
Agustin dice:
soy Oficialista Critico
Hernán dice:
no me digas
Agustin dice:
viste ese nuevo mote?
Hernán dice:
ay dios, por un momento me entró el terror
Agustin dice:
es tremendo: apoyo al gobierno pero hago Criticas (y aclaran, "constructivas")
Agustin dice:
la concha de tu hermana
Agustin dice:
hay que generar un debate para desmitificar mi figura, la concha de tu hermana sami
soy Oficialista Critico
Hernán dice:
no me digas
Agustin dice:
viste ese nuevo mote?
Hernán dice:
ay dios, por un momento me entró el terror
Agustin dice:
es tremendo: apoyo al gobierno pero hago Criticas (y aclaran, "constructivas")
Agustin dice:
la concha de tu hermana
Agustin dice:
hay que generar un debate para desmitificar mi figura, la concha de tu hermana sami
martes, 4 de noviembre de 2008
Ultimo tren
No alcancé el tren. Y bueno, me dije, ya fue. La noche está agradable, corre vientito de pre tormenta y eso garpa. Toda la gente se agolpó contra la pared, buscando refugiarse en una cornisa imaginaria de la estación Carranza. Todos menos vos. Ahí estabas, en tu mundo. Leyendo algo (¿Ficciones? No llegaba a leer), en tu mundo. Tu pollera larga volaba con el viento, y éste animaba la llama del cigarrillo que tenías en tu mano. Te ví tan distinta a los demás, que no quise molestarte. Con mirarte alcanzaba para leer la paz en tu cuerpo, en tus gestos, en la forma en que exhalabas el humo. Me imaginaba las sutiles tácticas para sentarme al lado tuyo (claramente por error), comentarte así como al pasar sobre la vieja dicotomía Borges o Cortázar. Con suerte arrancarte una sonrisa, pedirte un cigarrillo (aunque no fumo), charlar un rato, y que todo marche sobre rieles.
La luz del tren que venía me aceleró el pulso. Frenó en el anden. "Suarez", decía el cartel. Todos los que estaban semi refugiados se metieron presurosos en los vagones y quedamos solos vos y yo en el anden. Estaba tomando aire para decirte algo, cuando te despertaste como de un sueño. Corriste hacia la puerta, y preguntaste con un grito: "¿Suárez o Mitre?". Con la respuesta, entraste. La puerta se cerró, y vos tiraste tu cigarrillo por la ventana. No pude ni mirarte a los ojos una vez. Y al arrancar, me quedé solo en el anden, con tu cigarrillo tirado, con el gusto de ese humo en mis pulmones, con el ligero recuerdo de tus labios en la colilla en mis labios. Parece que va a empezar a llover.
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