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En un universo paralelo, hubiera estado parado en medio del nuevo hospital de niños, en el nombre Perón, Evita, y el espíritu justicialista. Sin embargo, como no fue así, estaba parado en medio del Sheraton, sin entender del todo lo que está pasando. Caras caras, seguramente merca de la buena -laquetomamaradona-, mucho whisky bueno gratis (Chivas Regal, a los entendidos), mucho ron bueno gratis (La Habana, a los entendidos), mucho punchi, mucho de todo.
Ya que estaba en el baile y había que bailar, no quedó otra que calzarme mi campera de luca y media -lookearte como periodista cool, no tiene precio- y hacer sociales con la nada. Al margen, no podía evitar la odiosa comparación con la facultad de hacer sociales (al lado del bar Acá sí que no se coge): Marx y Lenin, dándose la mano con los creativos publicitarios en una gran orgía de colores rojos e interactivos.
Así fue, como mientras decidía cagarme en todo eso -literalmente: puedo afirmar que el papel higiénico del Sheraton es notablemente suave, digno de elogio-, las imágenes se sucedían una tras otra en mi mente: Trotsky disputándose la cuenta de Pampers con Stalin, Fidel como DGC de Almap impulsando la imagen del Che para una campaña de marketing de guerrilla, Firmenich cantando la marcha peronista abrazado a Vega Olmos, Mao below the line.
Salí corriendo, espantado de mis propias visiones, mientras una promotora con la cara de Evita (¿o era Nacha Guevara?) me ofrecía una revista promocionando el Festival Iberamericano Peronista. Otra que carnaval carioca.