lunes, 22 de diciembre de 2008

El principio del principio

Y sí, era entre tu piel. Con la cabeza apoyada en la ventanilla del tren, no puedo evitar pensarlo. Está bien doña, incluso con su renguera de perro, tenga el asiento. Y métaselo en el culo, valga la redundancia. ¿En qué estaba pensando? Perderse en un oceano de miradas nunca fue tan tentador. Pegar un alarido que desgarre almas y cuerdas vocales, tampoco. Lo único que me faltaba, que la vieja esta tenga una nieta, cuya foto logro pispear en la billetera. ¿Y si pudiera olvidarte? Qué fácil que sería, ya me lo imagino. Entablar una conversación trucha con la geronte esta, caerle simpático, mirá que tengo una nieta de tu edad, mire usted que curioso tal vez la conozca, y demás chamuyos poco éticos. Aunque bueno, ¿desde cuándo levantarse una minita fue ético? Siempre es un acto de -tomá el boleto- bueno, nunca más válida la palabra acto. Actuar, ponerte en el rol de algo. Elegir la máscara que más te convenga. Pensar como querés que el otro piense que pensás, y así en una sucesión infinita que lleva hacia algo, o hacia la nada. Que no son tan contradictorios, después de todo. Algo y la nada, la vieja, el tren, la foto, vos. Todo es parte de lo mismo, de un constante recordar y olvidar, tal vez la única contradicción que pueda superarse a nivel conciente. En parte, claro está. Y queda igualmente demostrado que el azar, el constante tirar los dados para saber si cuando cruzás la calle en verde no viene un colectivo y te revienta la pierna, no sirve de demasiado. Aunque monologar así tampoco sirve de demasiado, y mucho menos limitarme a una sonrisa torva al ver cómo la vieja sonríe al ver la sonrisa de su nieta esperándola en el anden.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Credibilidad/Fin de TEA

De haberla tenido, la perdí más o menos a esta altura de la noche.

Y bue. Hoy más que nunca... es lo que hay.

Un gran abrazo a todos lo que lo hicieron posible, y a todos los que no lo hicieron posible.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Apariencias

Entren chicos, nos dijo ella con amabilidad. Nos abrió la puerta de su casa, y con una sonrisa muy afectuosa nos saludó a cada uno de nosotros tres. Pero, miren con cuántas cosas que vienen. Suban por el ascensor, ustedes que vienen con las cámaras, yo voy por las escaleras. No hubo caso en la insistencia.
Al llegar al tercer piso, nos estaba esperando. Nos invitó a pasar, y al entrar en la casa, vimos un pasillito con dos notebooks, una al lado de la otra y una nena que no debía superar los siete años. Andá, estudiá que después te tomo las tablas, y ante el reto materno se fue. En el comedor nos esperaba él, igualmente afectuoso. Nos dio la mano con firmeza. Cuando estén listos, nos soltó.
Los tres preparamos los equipos. Mientras tanto, una escena familiar se desenvolvía con total naturalidad: los dos chequeando sus computadoras, ella con la nena a upa. Otro hijo se asomó -no debía superar los doce años-: las cámaras le debían causar curiosidad. Se sonreían entre sí, se hacían bromas. El comedor era realmente acogedor, llena de libros, con luz cálida y una ventana que daba a la calle.
Al cabo de unos minutos, terminamos de preparar todo. Nuestro entrevistado se sentó en la silla designada, ante la atenta mirada de la cámara y el foco vacilante. Se explayó con total soltura, y no dejó nada por decir. Mientras él hablaba, ella asentía en silencio, con una sonrisa en su cara, mientras controlaba a los nenes, para que no hablaran y arruinaran la toma. Una vez que terminamos nuestro trabajo, lo que nos habrá llevado una media hora, él nos regaló algo como agradecimiento por haber ido hacia allá. Levantamos los equipos, guardamos el presente. Nos despedimos de nuestro entrevistado, y ella bajó a abrirnos la puerta. Con una sonrisa, nos dijo gracias por haber venido, espero que les haya sido útil.

Esa fue nuestra visita a la casa de Cecilia Pando y Pedro Mercado.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Debates troscoanarcomarxistaleninistamaoistaperonista útopicos y revolucionarios a las 12 am

Agustin dice:
soy Oficialista Critico
Hernán dice:
no me digas
Agustin dice:
viste ese nuevo mote?
Hernán dice:
ay dios, por un momento me entró el terror
Agustin dice:
es tremendo: apoyo al gobierno pero hago Criticas (y aclaran, "constructivas")
Agustin dice:
la concha de tu hermana
Agustin dice:
hay que generar un debate para desmitificar mi figura, la concha de tu hermana sami

martes, 4 de noviembre de 2008

Ultimo tren

No alcancé el tren. Y bueno, me dije, ya fue. La noche está agradable, corre vientito de pre tormenta y eso garpa. Toda la gente se agolpó contra la pared, buscando refugiarse en una cornisa imaginaria de la estación Carranza. Todos menos vos. Ahí estabas, en tu mundo. Leyendo algo (¿Ficciones? No llegaba a leer), en tu mundo. Tu pollera larga volaba con el viento, y éste animaba la llama del cigarrillo que tenías en tu mano. Te ví tan distinta a los demás, que no quise molestarte. Con mirarte alcanzaba para leer la paz en tu cuerpo, en tus gestos, en la forma en que exhalabas el humo. Me imaginaba las sutiles tácticas para sentarme al lado tuyo (claramente por error), comentarte así como al pasar sobre la vieja dicotomía Borges o Cortázar. Con suerte arrancarte una sonrisa, pedirte un cigarrillo (aunque no fumo), charlar un rato, y que todo marche sobre rieles.
La luz del tren que venía me aceleró el pulso. Frenó en el anden. "Suarez", decía el cartel. Todos los que estaban semi refugiados se metieron presurosos en los vagones y quedamos solos vos y yo en el anden. Estaba tomando aire para decirte algo, cuando te despertaste como de un sueño. Corriste hacia la puerta, y preguntaste con un grito: "¿Suárez o Mitre?". Con la respuesta, entraste. La puerta se cerró, y vos tiraste tu cigarrillo por la ventana. No pude ni mirarte a los ojos una vez. Y al arrancar, me quedé solo en el anden, con tu cigarrillo tirado, con el gusto de ese humo en mis pulmones, con el ligero recuerdo de tus labios en la colilla en mis labios. Parece que va a empezar a llover.

viernes, 31 de octubre de 2008

Espacios vacíos

En los espacios vacíos que dejás entre tus palabras, quisiera mentirte y decirte más de lo que puedo. Quisiera ignorarte, y relegarme a una vida de olvido. Porque sí, soy uno de esos que se regodean en su propia miseria, que siempre amagan con tocar el fondo, con raspar con la cuchara el telgopor. Que me ayudes a salir del fondo, es algo que rara vez me puedo permitir. Claro, yo, el omnipotente, el todopoderoso. Pero ahora, que una firma condena mi futuro a mediano plazo hasta el principio del otoño y no te puedo dar lo que querés, sé que te voy a decepcionar. Pero como te conozco, me vas a abrazar y a decir "no pasa nada". Pero recordando aquella isla, aquellos momentos... en el fondo, lo único que nos queda es el ahora. Ahora es el momento de hablar, de gritar, de agarrarte fuerte de la mano y jugar a tocar el fondo, y a salir mirando la luz del sol, el primer aire, el primer viento.

viernes, 24 de octubre de 2008

Preludio de un regreso

Voy a volver, eventualmente. Aunque nadie me lea. Cuando tenga internet en mi casa, será otro cantar.
 
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Pensé que conocía unas cuantas historias buenas para contar a los demás, y descubrí, o confirmé, que escribir era lo mio. Muchas veces había llegado a convencerme de que ese oficio solitario no valía la pena si uno lo comparaba, pongamos por caso, con la militancia o la aventura. Había escrito mucho y publicado mucho, pero me habían faltado huevos para llegar al fondo de mí y abrirme del todo y darme. Escribir era peligroso, como hacer el amor cuando se hace como debe ser.

Aquella noche me di cuenta de que yo era un cazador de palabras. Para eso había naciodo. Esa iba a ser mi manera de estar con los demás después de muerto y así no se iban a morir del todo las personas y las cosas que yo había querido.

Para escribir tenía que mojarme la oreja. Yo sabía. Desafiarme, provocarme, decirme: "No podés, a que no". Y también sabía que para que nacieran las palabras yo tenía que cerrar los ojos y pensar intensamente en una mujer.

(Eduardo Galeano, Días y noches de amor y de guerra)