viernes, 18 de abril de 2008

Tardes felices


Estaba muy tranquilo contemplando esto: la facultad de Medicina, desde una perspectiva horizontal. O sea: acostado sobre el pastito en plaza Houssay (la anti motines de la zona de las facultades), escuchando la radio con los ojos cerrados, ignorando olímpicamente que tendría que estar estudiando.
En eso estaba, cuando siento algo que me toca la cara. Abro los ojos, y me encuentro un cachorro de scottish terrier que estaba ocupado oliéndome la jeta y mordisqueándome la campera. Me incorporé y me puse a jugar con el pichicho. Igual, después me abandonó por un compañero de su especie: un labrador golden. Se corretearon mutuamente, saltaban, se mordían jugando. Una escena muy linda, para el deleite de los que estabamos tumbados en la plaza haciendo huevo en la ciudad cubierta por el humo.
Sin embargo, los seres humanos tenemos por costumbre arruinar este tipo de cosas, este tipo de situaciones. En este caso, las dueñas de cada perro, respectivamente. Se acercaron a la zona de batalla canina, cada una del lado de su cachorro.
Dueña del scottish - Tu perro no muerde, no? Digo, por el tamaño...
Dueña del golden - (mortalmente ofendida) Ah, bueno. No ves que están jugando? Pero si te va a molestar, vámonos.
DDS - Yo preguntaba por la diferencia de tamaños, no quiero que lo lastimen.
DDG - Mi perro no hace nada. Pero no importa (le engacha la correa en el collar y lo tironea). Vamos, vamos, dale.
DDS - (mortalmente ofendida, toma 2) Bueno. Vamos (le pone la correa a su perro y se lo lleva arrastrándolo).
Los perros? Bien gracias, se miraban y se jugueteaban a distancia, sin poder entender qué los estaba separando de lo que podía haber sido un momento de juegos.
Entonces me indigné por la raza humana en su conjunto, y sin poder creer la escena, me doy vuelta. La dueña del scottish me miraba y me preguntaba casi desesperadamente "pero yo tenía razón, no escuchaste vos? Se lo dije bien!". Ninguna tenía razón, y las dos también.
Los que estábamos ahí tumbados, que mirábamos el correteo, nos tuvimos que conformar con volver a lo que estábamos haciendo: el grupo de pibes a su charla con mate, la parejita (los dos muy formales, se ve que habrían salido del laburo) a sus arrumacos, y yo a mi radio, mi cámara de fotos portátil, y mis reflexiones porteñas.

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