sábado, 7 de junio de 2008

Ascensión (Parte 3)

Recorro tu cadera con mis labios una vez más, suavemente, para no despertarte. Trato de levantarme de la cama, ya no con tanta facilidad como antes. Mis pasos hasta el baño son lentos, y resuenan en la casa vacía, ya que nuestros hijos, como era de esperarse, se han ido. Me miro en el espejo, que refleja una casi pelada cabeza, que añora los rulos de antaño.
Vuelvo a la habitación, me siento y te veo dormida, una vez mas. Tus pelos ya no son tan negros como solían ser, al punto de que son raros aquellos que quedan de ese color original. Sin embargo, esa mirada que tuviste desde el primer día en que me enamoraste sigue estando ahí, esperando a que se cruce con la mía en ese juego eterno que jugamos nosotros dos.
Después de tantos años de pensar, con cada momento compartido, siento que la ascensión se frenó en un punto fijo, al cual no voy a poder llegar, y ahora de viejo puedo afirmar que no me va a alcanzar esta vida para lograrlo. Si está en mi destino llegar a él, tal vez en una próxima vida nos volveremos a encontrar, y una vez mas me elevarás como siempre haces con cada caricia, con cada gesto, con cada beso.
Me apoyo en el respaldo, y sabiendo que nuestra hora final está llegando, me pregunto qué habrá más allá de todo esto, si tal vez en ese piso 35 al que no pude llegar estarán las aspiraciones de amar de una manera inmortal, mas allá de tiempo y espacio, infinitamente eterno, eternamente infinito, o diversas series de palabras que indiquen que en un beso tuyo podrían vivir milenios de sentimientos.
Es así como el único temor que me queda en esta vida es el no saber si yo realmente pude satisfacer tus deseos, cumpliendo en cada momento de la mejor manera. La satisfacción que me queda es saber que hice todo lo que pude, y que si hoy, entre tus pelos ya canosos queda una mirada especial para mi, evidentemente logré mi cometido.
Veo que te das vuelta, y te despertás.
- No entendiste, no?
- Qué?
- A lo que querés llegar. Siempre lo supe, pero quería ver si había necesidad de explicártelo o podías averiguarlo por tu cuenta.
- La verdad que no lo logré, y mirá que estuve años tratando de descifrarlo...
- Vení, acostate.
Tuve que reconocer mi fracaso, mas de seis décadas tratando de encontrar algo que no pude encontrar. Me acosté al lado de ella.
Ella me besó, y agarró mi mano, y la puso en su pecho. Pude sentir sus latidos, y sentí un calor corriendo por mis venas, tornándose en un sentimiento de fusión indescriptible, al ritmo de nuestros corazones latiendo al unísono.
Abrí los ojos, maravillado. Te vi igual que aquella vez en que te reconocí mis sentimientos, con el mismo rostro, la misma ropa. Y comprendí que lo que buscaba lo tuve siempre conmigo.
Lloré, pero de alegría.
Bienvenido al paraíso.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo también lloré, pero de emoción, ansiando que la vida nos siga encontrando unidos, compartiendo tanto amor y tantas risas...