lunes, 13 de abril de 2009
El día después de ayer
Es como masturbarte con el miembro gomoso y sin ganas para intentar conciliar el sueño. O tal vez procurar romperte la cara contra el piso sin intención, previo tropiezo accidental con la vereda rota. La imagen del patetismo encarnada en un par de huesos y carne que saben que van envejeciendo y perdiendo células y neuronas con cada grito de un gato viejo plantado en un programa muy visto de la tevé. El olor a transpiración gastada en la entrepierna, o el asiento como eterno receptáculo de excreciones corporales (mocos de la nariz, cera del oído, transpiración de todo el cuerpo, lagañas de los ojos, saliva de la boca). Saber que tenés tiempo y nada que hacer, o mucho que hacer y no tenés tiempo.
Nadie dijo que fuera fácil.
Pero, mierda que es divertido, levantarte con la cabeza semi partida, trastabillar hasta la ducha y que las gotas de milagroso líquido vital te den de lleno en la cara.
Pequeños instantes, pequeñas vidas.
Bienvenido otra vez, dice el despertador.
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1 comentario:
Cuántas veces sentimos esa situación en nuestras entrañas.
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